Se escriben estas líneas cuando ya han aparecido las notas finales de la oposición del 2018, con su correspondiente reparto de tormento y de éxtasis. Quizás sea el momento de hacer públicas unas reflexiones genéricas sobre el conjunto de la oposición, sustentadas en la experiencia de quien ha realizado varias veces ese “parcours du combattant” que si, seguro, no pretenden “descubrir la pólvora” a aquellos que llevan tiempo picando en esta piedra, quizás sí puedan resultar orientadoras para aquellos que, llenos de ilusión, deciden enfrentarse a este reto. Es el humilde propósito que se vean más como comentarios bienintencionados que como “des trucs de vieux con” de alguien resabiado. Intentaremos seguir el orden, actual, de los ejercicios para una mayor claridad expositiva.
Actualmente el primer ejercicio consiste en un test, el típico “vía crucis” entre cuatro opciones posibles. No siempre ha sido así. Hace tiempo, mucho ya, el test hacía media con el comentario (¡increíble!), después pasó a ser test combinando cultura y temas y sin que restasen las respuestas incorrectas; mucho más recientemente dejó paso a una batería de preguntas cortas de cultura general y temario, sin que restasen las incorrectas y recientemente se ha vuelto al mencionado test con opciones. Es, quizás, el ejercicio más frustrante. Con frecuencia los opositores más preparados se encuentran con la siguiente realidad: pregunta mal planteada con opciones (todas o algunas) mal escogidas y con el agravante de que ahora las preguntas incorrectas restan. Incluso en el mejor de los casos el opositor se va a encontrar con preguntas que no se adaptan a la estructura de sus temas: el exhaustivo conocimiento del tema no garantiza en absoluto poder responder a la pregunta. Hay academias que, a fuerza de rotar de manera voluntaria o involuntaria preparadores y opositores tienen unos temas con contenido “consensuados” pero esto no va a ser siempre el caso en todo opositor. Es quizás el ejercicio que hace más verdad la frase de Chesterton: “aprobar cualquier examen es siempre un éxito extraordinario, puesto que en ellos hasta el más tonto puede llegar a preguntar más de lo que el mejor preparado puede llegar a responder, es simplemente una cuestión de tiempo”. Los opositores más experimentados saben que es el ejercicio más trascendental de la oposición. No solo a efectos particulares de esta prueba, puesto que si no se aprueba el candidato lógicamente ya se queda fuera, sino porque condiciona toda la oposición. Aclaremos un poco este punto.
Toda la oposición, TODA, va a estar condicionada por el resultado numérico de aprobados en este ejercicio. No es lo mismo llevar al segundo ejercicio, tres cuartos, dos tercios, la mitad o por ejemplo menos de un tercio de los inscritos y todas esas circunstancias se han dado. Cuanto más selectivo sea el test, más “asequible” resultarán los siguientes ejercicios, que al ser necesariamente más subjetivos, llevan al tribunal en caso de haber sido “magnánimo” en el test, a ser más “creativo” en la selección. La experiencia ha mostrado que resulta capital en el nivel de exigencia del test el criterio del presidente. En los últimos años, los experimentados sabemos que han tenido una dificultad estándar, tendiendo bastante a la dificultad en el 2017 y hacia lo asequible en 2018. Algunos, los que hayan tropezado en él sin duda, discreparán de este punto, pero sería bueno recordarles que no hace tanto un presidente, que repitió en el puesto, como casi es norma, exigió a sus miembros del tribunal que les presentasen baterías de preguntas divididas en tres grupos de los que él escogería las preguntas finales: difíciles, muy difíciles y de imposible respuesta.
En los dos últimos años la convocatoria pretende evitar este tipo de sorpresas introduciendo una cláusula de seguridad en el sentido de que una vez superada el mínimo de respuestas correctas, el tribunal escogerá libremente la nota de corte. Noir sur blanc: con aprobar no basta e incluso con, digamos, un seis y algo por ejemplo, te podrías quedar fuera. Pero no hay que engañarse. Prácticamente nunca se ha aprobado con 5 sobre 10, la diferencia es que antes no se publicaban las respuestas correctas y todo era más confuso. Sotto voce, la idea era que se necesitaba un seis o seis y algo, nota de corte que igualmente se repetía en el periodo de batería de preguntas cortas. Por otra parte, incluso el tribunal más exigente del mundo, difícilmente podría justificar meter una nota de corte en el primer ejercicio mucho más allá del 6 y algo. No porque no puedan o quieran (a este opositor un presidente particularmente locuaz le confesó que el tribunal siempre arranca la oposición con las más altas expectativas de exigencia y búsqueda de la excelencia, para tener que aceptar la cruda realidad a medida que avanza el ejercicio), sino porque poner la barrera muy alta al principio podría llevarles a tener que aceptar al final de la oposición abrir la puerta a opositores que en el fondo están peor preparados que los que cayeron en la “injusta” justicia ciega del test. El caso más clamoroso es el de un diplomático (conocidísimo en los días en que se escribe) que aprobó hace ya muchos años, cuando todavía no había Internet y el presidente de ese año tuvo la originalidad de llamar por teléfono a los laureados finales para comunicarles que el día siguiente su nombre aparecería en el tablón de anuncios de la Escuela como aprobado. Ese presidente le espetó: “Enhorabuena, sepa usted que mañana verá que ha aprobado, pero justo es reconocerle, que en contra de mi voluntad”. El citado presidente había empezado la oposición con más de 400 candidatos para quince plazas y al final (por entonces las notas se publicaban día a día, no como ahora que se hacen al final) ya quedaban más plazas libres que opositores por cantar los temas. Lógicamente, en ese contexto, la consigna es clara: te agarras a la silla verde de terciopelo y no te sacan ni los GEOS.
La segunda prueba ha venido alternando en los últimos años entre los idiomas y el comentario. Sea uno u lo otro, esta prueba, como la primera, trasciende a su importancia vital de aprobar o suspender el ejercicio: es la primera vez que el tribunal tiene contacto visual con el opositor y, sin duda, va a empezar a forjarse una opinión: si parece sólido o no, pedante o no, demasiado nervioso o no, demasiado “raro” (que debe entenderse “mutatis mutandis” como los conceptos jurídicos indeterminados: tan fáciles de comprender como difíciles de explicar), etc. Supongamos que el segundo ejercicio corresponde al comentario. Es sin duda el ejercicio más subjetivo de todos (que ya es decir). En los últimos años gira sobre una frase más o menos larga y más o menos relacionada con la actualidad internacional. No siempre ha sido así. Durante mucho tiempo giró sobre un tema de rabiosa actualidad y muy relacionado al temario, así por ejemplo un año tocó escribir sobre la jurisdicción rampante en el derecho marítimo (dos horas !!!). Después pasó a girar sobre cultura general pura y dura: filosofía política e historia política aparecían a debate con frecuencia. En ocasiones el texto recogía el autor y otras veces no. Aparecieron textos de Marañón, Gracián, Josep Pla…, y tocaba escribir sobre la posibilidad de cambiar la Historia, la libertad, el saber decir no, la timidez, la ventaja de ser débil o pequeño… Actualmente aparecen temas más ligados a la actualidad internacional, aunque de contornos difusos para que el opositor tenga líneas de fuga, puesto que en general, el tribunal quiere ver en este ejercicio la formación integral del opositor y no tanto temas específicos que ya se verán, en todo caso, en el ejercicio de los temas. Este ejercicio podría ser hasta divertido si no fuese por todo lo que está en juego. Actualmente tiene dos partes diferenciadas, parte escrita y pequeña entrevista. Por todo ello, el opositor debería estar preparado para cualquier tipo de preguntas en la fase de entrevista. Este opositor ha visto como los egos del tribunal se enzarzaban en una disputa frente al opositor para marcar territorio. A la candidata precedente, un miembro del Tribunal, letrado del Tribunal Constitucional, le había preguntado por el simbolismo del buey y la mula en el pesebre, a lo que la opositora habría respondido con cualquier “boutade”, lo que probablemente ya hizo subir la bilirrubina al presidente. Cuando llegó el turno de quien escribe, el mismo miembro del tribunal le preguntó por la libertad absoluta y la libertad relativa y sobre si los sistemas democráticos no son tales porque la libertad no es absoluta sino relativa y sobre si son perfectibles o no perfectos o imperfectos, luego mejorables. La discusión giraba entre lo bizantino y lo absurdo para su gran regocijo, hasta que, tras un rato, el presidente del tribunal “a foudroyé d’un regard noir” al citado miembro y alzó la voz: “Basta. Este presidente agradece al opositor su buena voluntad en las respuestas, pero no a algún miembro del tribunal sus preguntas”. Lógicamente, fin de discusión. Suelen abundar las preguntas relativas al ejercicio escrito del opositor, buscando aclaraciones, posibles contradicciones o puntos que el tribunal considera no suficientemente sólidos, aunque en general, en las preguntas puede esperarse cualquier cosa: desde cosas específicas, girando sobre los temas, hasta cosas más peregrinas: Magallanes, Confucio… A quien escribe incluso un presidente le llegó a preguntar una vez cómo se llama el satélite más importante para la navegación marítima: Immersat (no se me olvidará en la vida, aunque pareció sorprendido de que en ese momento, algo intolerable para él, no lo supiese). En este ejercicio más que en ningún otro, la nota refleja más una actuación puntual que un nivel consolidado y si sirve de referencia, quien escribe ha llegado a obtener un 8,5 de nota un año y suspender el ejercicio unas convocatorias después. El tribunal suele decir que valora la originalidad, pero penaliza las “boutade”, busca “solidez” en el candidato pero castiga la arrogancia, suele gustarle que el opositor “se eleve” del texto, pero le castiga si se aleja demasiado del mismo… Personalmente, quien escribe evita las “estridencias”, aunque sea a riesgo de mantenerse en la zona gris de la oposición.
Llegamos al ejercicio de idiomas. Ha cambiado bastante en los últimos años: las traducciones tienden a ser de una extensión muy considerable (especialmente las indirectas) donde la conducta que se impone es acabarlas, no de cualquier manera, pero siendo consciente que una traducción inacabada equivale casi con total certeza al suspenso del ejercicio. Aquí el mejor consejo que se puede dar es seguir las indicaciones que a cada opositor dé su profesor de idiomas, siempre que sea alguien que conozca de verdad la oposición. Un error que suele darse entre los opositores es el de creer que, puesto que se tiene el nivel suficiente lo normal es aprobar y si se tiene suerte, además, con nota. Todavía más si sus profesores, compañeros, le reafirman en la excelencia de sus traducciones, comentarios o exposiciones. Craso error. La nota va a reflejar, una vez más, la impresión que se forme el tribunal una tarde o una mañana concreta sobre el opositor: candidatos con excelente nivel pueden suspender si el tribunal considera que han cometido una falta imperdonable y lógicamente la dificultad viene del hecho de que no está nada claro lo que para el tribunal significa “intolerable”. Cambia cada año y con cada tribunal. Incluso cambia en una misma convocatoria con el mismo tribunal, que cambia de composición entre mañana y tarde y en función del día. Es de suponer que en una misma convocatoria existen pautas, pero a veces, todo lleva a pensar lo contrario. La imprevisibilidad del resultado es algo que se aplica tanto a la parte escrita como a la oral. Candidatos con experiencia no tendrían problema en confeccionar una larga lista de opositores que superaron el ejercicio con un nivel de idiomas/idioma malo y por el contrario de candidatos con muy buen nivel, incluso excelente, que por alguna razón no superan, o si lo hacen, es con muchísimo esfuerzo y notas muy justas, el ejercicio. En general puede decirse que la parte escrita determina la suerte y la parte oral matiza la nota, aunque por supuesto, un candidato que solo “balbucee” en idiomas no va a aprobar por muy buenas que sean sus traducciones. Dicho esto, también es cierto que las posibilidades de encontrarse con un candidato desastroso en oral y excelente en escrito prácticamente tienden a cero estadísticamente. Por mucho que en las convocatorias se hable de medias entre las partes escritas, a veces dentro de ellas, y siempre con la parte oral, al final el tribunal parte de una impresión global y a partir de ahí distribuye las notas entre las distintas partes a libre criterio. Por ejemplo, una excelente traducción directa difícilmente va a salvar una deficiente traducción indirecta, aunque a la inversa, salvo casos extremos, el pronóstico es ligeramente más optimista. Igualmente, un buen oral no va a cambiar en la mayoría de las ocasiones la suerte que haya escrito el opositor con sus traducciones: para cuando empiece a hablar el opositor, el tribunal ya se habrá formado una opinión sobre el mismo en función de las traducciones y salvo que uno sea un “ténor du barreau” lo va a tener muy complicado para cambiar una mala impresión.
Y finalmente, el ejercicio de temas. Es la típica prueba de alarde memorístico tan frecuente en las oposiciones “de élite”, con la particularidad añadida de que aquí nos encontramos en una oposición “generalista” a diferencia de una oposición que busque seleccionar, por ejemplo, Inspectores de Hacienda o Registradores de la Propiedad. Esto implica que la lógica del ejercicio no es tanto la del “intenso” como la del “extenso”. Muchos candidatos se pasan tanto tiempo, quizás años, buscando la confección del temario perfecto, trufado de detalles, cifras, datos, que básicamente, se les pasa el arroz. En general, el temario cambia en esta parte de forma no desdeñable cada año (salvo excepciones) con lo que estos candidatos suelen corretear a lo largo y ancho de su inabarcable temario sin llegar nunca a dominarlo con solvencia y nunca creen llegar suficientemente preparados al ejercicio de temas (si es que les dejan llegar). Una consecuencia del carácter generalista de la oposición es el equilibrio de conocimientos el día de este ejercicio. Solía decir el embajador Josep Coderch que un buen opositor ha de ser consciente que el día de este ejercicio, es la persona más globalmente preparada de la sala, lo que les debe dar ánimos: sabe menos Derecho Internacional que el catedrático, menos Derecho Administrativo que el catedrático correspondiente o menos Historia que el catedrático de la materia, pero en su defecto, ha de ser un buen “hombre banda” si ha trabajado con seriedad y solvencia y manejar con soltura todas las partes del temario. Desgraciadamente, el hecho de que nos movamos en una oposición de este tipo lleva a que la frontera entre el éxito y el fracaso esté muy difuminada. Evidentemente, un candidato extraordinario aprobará siempre (salvo que le crean un insolente o un pedante, algo que también se ha dado) y un candidato catastrófico no aprobará jamás; pero la masa crítica de los opositores se mueve en este ejercicio en una zona de perfiles no completamente definidos: donde unos pueden ver un candidato gris y anodino otros pueden ver un candidato sólido y sin estridencias y como quiera que, con frecuencia, todos los miembros del tribunal votan, sea o no su materia, (algunos tribunales dan al experto la oportunidad de vetar), y el candidato (quizás graduado en Derecho, tiene que aparentar solvencia en la exposición, digamos, de temas de macroeconomía o historia) al final nos encontramos con una situación digna del reino de la impostura: unos hablan de lo que básicamente no saben y otros evalúan en función de lo que en el fondo desconocen, por lo que un opositor experimentado que tenga la oportunidad u ocurrencia de acudir como público a una sesión de este ejercicio probablemente vea sus niveles de perplejidad desbordados a la hora de cotejar lo que ha visto con las notas recibidas por los opositores. A este respecto, poco puedo añadir a lo que ya comenté en otro artículo para esta página web –“Aviso para navegantes”-, más allá de señalar que el opositor, una vez en el aula de examen, puede esperarse cualquier cosa, desde miembros del Tribunal que le presten toda la atención del mundo, a otros que estén, llamémosle, dispersos, a otros que pura y simplemente le ignoren (alguno hasta da cabezaditas). A estas alturas del ejercicio el Tribunal ya sabe cómo “respira” el opositor y tiene una idea bastante formada de él. La inercia de las buenas notas precedentes contribuye aunque no sea el bálsamo de fierabrás. Resulta capital que un miembro del Tribunal decida “apostar” por un candidato, de manera que en los inevitables momentos difíciles del opositor a lo largo de la oposición –sin duda los habrá, por muy bien preparado que esté el examinando- dé la cara por él o ella cuando los demás miembros del Tribunal duden o callen. Por el contrario, si algún miembro del Tribunal es particularmente beligerante, con motivo o aparentemente sin ninguno, frente a algún opositor, el pronóstico no puede ser optimista, recordemos una vez más a Chesterton.
Por las características de esta oposición, el consejo que daría a cualquiera que dude en comenzar a prepararla o que esté al principio de su preparación es hacer una seria reflexión sobre su situación “vital”. Desde cualquier academia o centro de preparación le van a decir que esto va de esfuerzo y algo de suerte. Después de haber leído todo lo anterior, que el lector juzgue por sí mismo. Evidentemente sin esfuerzo no hay nada que hacer. Es más, sin un esfuerzo numantino. Pero hace falta más, mucho más. Cualquier opositor/a debería plantearse si está dispuesto a invertir, probablemente años, en una operación donde la mayoría de las variables no dependen de él/ella. Si es así, adelante. Si aparecen desde el principio dudas, todo debería replantearse. “Resistir es vencer”, decía Negrín. Una oposición tiene mucho de perseverancia, y seguro que ésta más que otras. Cela decía que España es un país de “pesados” donde quien gana lo hace finalmente por tozudez. Pero tampoco hay que confundir perseverancia con obcecación. Quizás sea útil la imagen del jugador de ruleta que apuesta una y otra vez esperando que salga su número ante una suerte esquiva y con la hora de cierre del casino aproximándose. O quizás la del boxeador “zumbado”, cada vez más mayor y con más golpes recibidos, quien consciente de su buena pegada sube una y otra vez al cuadrilátero esperando el día que pueda conectar un golpe ganador, pero estrellándose una y otra vez contra oponentes con más suerte ante los jueces o simplemente más briosos. Todo esto debe valorarse, y mejor antes que más tarde, puesto que la singladura a Ítaca será, en la práctica totalidad de los casos, larga y cargada de tentaciones y peligros.
En apenas unos meses volverá la rutina anual de la oferta pública de empleo, las diatribas sobre la fecha de la convocatoria, el número de plazas, los cambios del temario, la composición del tribunal… El espectáculo debe continuar. Alguien podría reflexionar acerca de por qué en otras áreas, Medicina por ejemplo, se intenta seleccionar a los mejores a través de una sola prueba 100% objetiva y con coste prácticamente cero para la administración: (MIR), mientras que en nuestro ámbito y en la mayoría de otros el proceso se prolonga por meses y meses, con resultados no siempre satisfactorios y sentimientos de agravio por doquier. Actividad interesante donde las haya, pero que daría para otro comentario.
Ojalá que las líneas que preceden puedan resultar útiles a quienes las lean. En unas de las más emotivas escenas de Blade Runner el Replicante expresa: “He visto cosas que no creeríais, atacar naves en llamas más allá de Orión, he visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de las Puertas de Tanhäuser. Todos estos momentos se perderán en el tiempo como las lágrimas en la lluvia”. Que no sea esa la realidad en lo que nos respecta. Personalmente, nada espero más que en mi caso no se trate tanto de un exilio en Santa Helena como de un alejamiento temporal a Elba desde el que poder realizar “le vol de l’aigle” y volver a comparecer en el “champ d’honneur”. En cualquier caso, y a todos, suerte.
Le Chevalier Blanc.
MAYO DE 2018
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